Hace 45 años que el programa espacial de la NASA, Apolo, llegó a la Luna, y hay quien dice que desde entonces no se llevan a cabo proyectos tan grandes.
Estos argumentan que ahora nos fascina tanto lo pequeño, nuestras tabletas, consolas de videojuegos y teléfonos inteligentes, que ya no invertimos en proyectos de ingeniería que podrían cambiar el mundo.
Sin embargo, desde el puente de carga de un barco amarrado en un megapuerto de Corea del Sur se ve claramente que eso no es así.
Y es que la cadena de suministro global que hace que las tabletas y teléfonos, así como casi todo lo que consumimos, desde ropas y comida, hasta juguetes y regalos, es una solución de ingeniería sin precedentes para un problema logístico de dimensiones astronómicas.
La cuestión es que ese sistema está oculto de la mirada de la mayoría de la gente.
Así que para conocer más sobre esta enorme e invisible red, acompañé a un grupo de arquitectos y diseñadores del estudio Unknown Fields Division en un extraño viaje a bordo de un barco de carga entre Corea del Sur y China.
El objetivo de la aventura era seguir la cadena de suministro hasta algunas de las partes más remotas de China.Y lo que vimos en los mega puertos y el océano se asemeja más a la ciencia ficción que a la realidad.
Madrugón
Un agente de la compañía de transportes Maersk nos recoge de nuestro hostal en la ciudad surcoreana de Busán a las 9:00 de la mañana. A bordo de un barco de esa empresa viajaremos durante toda una semana.
El gigante danés cumple con la deficinión de corporación multinacional, con más de 25.000 empleados, 345 oficinas en 125 países, 600 barcos activos y más de 2 millones de contenedores transportados cada año.
Se estima que es el responsable del 20% del Producto Interior Bruto (PIB) de Dinamarca. Maersk puede que no produjera ninguno de los productos que compras, pero seguramente hizo que muchos de ellos llegaran a las tiendas.
Llegamos al puerto nuevo de Busán, y pasamos entre torres y torres de depósitos hasta que nos encontramos con la enorme y azul estructura del Maersk Seletar, el barco de carga de 320 metros de largo, 80.000 toneladas y con capacidad para 9.000 contenedores. Este buque será nuestra casa en los próximos siete días.
Cuando salimos a uno de los balcones del puente del barco y miramos a la ciudad nos damos realmente cuenta de la escala de estos megapuertos asiáticos.
Mirada al futuro
Desde este punto de vista, lo más fácil es describir los puertos como una secuencia de capas.
En primer lugar, elevadas sobre los barcos, están las grúas de carga. Son unas inmensas estructuras de cuatro patas que se asemejan a los desnudos andamios de los rascacielos en construcción. Están colocadas en los laterales del muelle y se deslizan de izquierda a derecha, de forma paralela a los barcos atracados, acompañadas de sonidos robóticos y alarmas.
La segunda capa son los camiones. En un circuito en bucle, llegan a los pies de las grúas, uno por minuto durante las horas de más actividad del puerto.
Es una danza hipnótica y fascinante. La compleja y precisa orquestación detrás de cada movimiento es desconcertante. Los barcos no lo descargan todo en un solo puerto, ya que esto sería terriblemente ineficiente para estos enormes almacenes globales. Así que los que manejan las grúas deben saber qué contenedores retirar y cuáles no, así como los conductores deben conocer dónde llevar cada uno de los depósitos que recogen.
Es el tipo de información logística imposible de retener por una mente humana. Por ello, es un conocimiento compartido gestionado por una vasta red informática que abarca todo el mundo y que interpreta complejos algoritmos.
Así que, en cierto sentido, los conductores de grúas y cambiones no son más que piezas mínimas de un enorme sistema robótico.
Pero esto no quiere decir que no hay orgullo en lo que hacen, por muy regimentado y alienante que parezca su trabajo. No es raro ver a estas grúas decoradas con premios e insignias que reconocen récords de carga y descarga de contenedores.
Al mismo tiempo, es imposible no escandalizarse por la precaria seguridad laboral de la que gozan sus operarios. Lo que hace pensar que es cuestión de tiempo que el sistema se desarrolle lo suficiente como para prescindir completamente del factor humano.
Vecinos apilados
La tercera capa es la imagen más reconocible de todo el proceso: los contenedores apilados. Desde la cubierta del Seletar parecen líneas y líneas de piezas multicolor de Lego colocadas sobre múltiples grúas, la versión en miniatura de las descritas antes, que se deslizan hacia delante y hacia atrás sobre rieles.
Estas grúas mueven constantemente los contenedores siguiendo la sabiduría algorítmica de la red, para garantizar que en cada momento estén en la posición más eficiente.
Cielos oscuros
Después de tres días en el mar llegamos a la ciudad de Ningbo. El puerto de noche es como una pesadilla, una escena de la película de ciencia ficción Blade Runner, con sus brillantes luces y las chimeneas que pintan el cielo de humo naranja.
Incapaz de dormir, me levanto a las 4:30 de la mañana y me dirijo de nuevo a la cubierta del barco, ansioso de ver el puerto a la luz del día.
El paisaje industrial que se abre ante mí es enorme y horrible. Una central electrica se alimenta directamente de carbón desde los buques atracados, mientras sus torres pintan el cielo de negro. Y la apocalíptica estampa la completan las refinerías, las plantas de almacenamiento de gas y los bloques de viviendas apiñados unos contra otros. Puedes ver la polución, y hasta saborearla.
Pero el transporte de contenedores no sólo ha moldeado y transformado los entornos.
Los mares son dominados por la navegación por GPS y las rutas de navegación ya no son simples líneas sobre planos, sino las vías más precisas posibles trazadas en gráficos computarizados.
Desplazamiento humano
Si cambia el mar y los barcos, es imposible que no cambien los marineros. Y, ciertamente, como ocurre con los conductores de los camiones y los operarios de las grúas, en el trabajo de estos también hay algo alienante. Nadie a bordo de los buques sabe qué llevan dentro de los contenedores.
Hay excepciones, por supuesto. Los materiales peligrosos deben ser declarados, así como el contenido de los depósitos refrigerados.
Estos contenedores son, en sí mismos, fascinantes piezas de tecnología. Están equipados con un avanzado sistema de control de clima monitoreado por computadora. Y verificar que funciona correctamente es la única tarea tangible de la tripulación.
Por lo demas, los barcos están controlados por computación. El capitán, Brian Argent, me dice que la tripulación envía correos electrónicos con la actualización del estado de los contenedores refrigerados y, mediante un conexión satelital, esta información llega a los ordenadores de la compañía. Así, ésta sabe de cualquier problema antes de que incluso lo noten los que van a bordo del barco.
Y estos no son únicos correos electrónicos que intercambian la compañía y el barco. Maersk envía regularmente a Argent y a los encargados mensajes indicando un eventual cambio de rumbo o la velocidad que debe el barco alcanzar.
Así que, incluso el capitán se ha convertido en otro nodo de la red, ya que su barco navega bajo el dictado de unos algoritmos invisibles.
El mito del ebrio y aventurero marinero con una mujer en cada puerto no podría estar más lejos de la realidad.
Raramente tienen permisos en tierra y los puertos están tan lejos de los centros urbanos que los días libres se limitan a excursiones a centros comerciales para comprar los productos básicos, como champú, gel de ducha y aperitivos.
Pero para la mayoría de la tripulación del Selectar, compuesta por ciudadanos indios, filipinos y chinos, la razón para trabajar en el mar es hacer dinero para mandar a sus esposas, hijos y padres. Así que pasan la mayor parte de su tiempo libre agachados en escaleras y pasillos, con sus teléfonos u ordenadores portátiles, tratando de captar escurridiza señal wifi para poder comunicarse con su casa, enviar mensajes a sus seres queridos o conectarse a la red social Facebook.
Y al cabo de los días me encuentro a mí mismo haciendo exactamente eso.
Al princio de la aventura pensé que sería divertido, incluso sano, escapar de internet y la vida cotidiana por una semana. Pero eso fue antes de darme cuenta de qué era realmente el Seletar, otro nodo en la red, otro punto racionalizado de la infraestructura global, un puente entre lo físico y lo digital. Y una vez que lo ví, supe que era el momento de abandonar mi idea romántica sobre el hecho de estar aislado en medio del océano. Así que estoy aquí, agachado en la escalera entre las cubiertas C y D, tratando de conectarme.
Tim Maughan viajó junto con Unknown Fields Division, un grupo de arquitectos, académicos y diseñadores de la Architectural Association School of Architecture de Londres, que organizó y financió el traslado.