Venezuela está, otra vez, al borde de la paralización. La escasez de gasoil o diésel ha obligado a restringir su venta, con un impacto directo sobre la industria y el transporte público, usuarios de este tipo combustible. El desabastecimiento ha ocasionado filas de varios días en los surtidores, ha activado protestas los conductores y ha complicado el reabastecimiento de las fábricas.
Este nuevo período de escasez trae malos recuerdos. Venezuela, país petrolero, vivió el año pasado un periodo de grave escasez de gasolina. En pleno confinamiento por la covid-19, el país se vio obligado a un severo racionamiento, que palió en parte con la importación de barriles desde Irán, de los que todavía depende. El Gobierno de Nicolás Maduro usó la crisis para desmontar poco a poco los enormes subsidios que tiene el combustible desde hace décadas. Sin embargo, el derrumbe de la industria petrolera venezolana apenas había alcanzado al diésel, un derivado del petróleo que el país produce en una escala superior a la gasolina, en parte porque es más fácil de refinar. Pero su producción, ahora, también es escasa.
En una de las estaciones de servicio más importantes de Maracay, una ciudad industrial del centro del país, a 120 kilómetros de Caracas, no hay gasoil desde hace 15 días. La principal autopista del país, la Regional del Centro, es en varios tramos un estacionamiento de camiones, gandolas y autobuses que esperan con los tanques vacíos. “Menos del 5% de las unidades de transporte público está trabajando”, dice José Luis Trocel, dirigente gremial con 20 años de carrera como transportista. “El año pasado la situación de la gasolina nos afectó, pero no tanto como ahora con el gasoil que usan la mayoría de los autobuses. Pasamos dos, tres, cuatro días en fila para cargar una ración”. Daniel Rodríguez, dueño de un camión y de un autobús en Bolívar, dice que en el sur del país hay listas de espera para surtir. El transporte está prácticamente paralizado en 10 estados de Venezuela.
En las estaciones, militarizadas desde el año pasado, aplican distintos tipos de racionamiento, y dan prioridad a los vehículos que transportan alimentos. Pero la cadena que se surte del gasoil es mayor. Para Adán Celis, presidente de Confederación Venezolana de Industriales, organización que reúne al golpeado sector, Venezuela se acerca a una espiral peligrosa. “En todos los procesos de la industria se usa el gasoil: para movilizar montacargas, encender hornos y calderas, transportar materias primas y productos terminados de las fábricas a los centros consumo, en el sector agrícola que surte a las industrias de alimentos”, apunta el empresario. “La mayoría de nuestros agremiados tiene reservas para una semana o semana y media”.
Venezuela llegó a tener 13.000 empresas hace 20 años, y hasta antes de la pandemia quedaban menos de 2.600. Esto explica, en parte, la reducción en apenas siete años del PIB del país a un tercio y la pobreza generalizada de los venezolanos. Aun así, el combustible no alcanza para el reducido parque industrial venezolano. “Es absolutamente inadmisible que un país petrolero, que fue potencia en producción de combustibles, esté en esta situación”, opina Celis. “Nunca antes se había estado así, el gasoil sobraba en este país”.
Hasta finales del año pasado, Caracas había paliado el déficit de diésel triangulando importaciones de crudo por combustible refinado, con empresas como Eni, Repsol y Reliance. La Administración de Donald Trump había advertido a estas compañías sobre posibles sanciones por comerciar combustible con Nicolás Maduro y esto paralizó las operaciones con Venezuela, dejando vulnerable a un país que fue durante décadas uno de los grandes productores petroleros del mundo.
La escasez de un combustible neurálgico ha levantado también las alarmas de grupos de derechos humanos y ONG de Venezuela, temerosas de que el transporte de alimentos y medicamentos colapse y se profundice la grave crisis humanitaria, a la que se ha sumado la pandemia. Parte de estas organizaciones presiona en Washington a la Administración de Joe Biden para que desista de las sanciones y permita la llegada de combustible a Venezuela.
Orlando Ochoa, economista especializado en macroeconomía y petróleo, recomienda prudencia ante las señales que pueda enviar la Casa Blanca. “El diésel que está produciendo el país es sobre todo para alimentar plantas industriales, hay un déficit con el combustible automotor. Biden solo tendría que permitir que estas operaciones [de compra y venta] ocurran”.
Venezuela consumía 65.000 barriles diarios de diésel antes de la pandemia e importaba cerca de la mitad previo a las sanciones de Estados Unidos, explica el economista Francisco Monaldi. El diésel tiene para Maduro un criterio estratégico, puesto que es el combustible que también mueve a las unidades militares del país. “En estos meses, Venezuela acumuló un inventario importante de diésel. La pandemia fue un buen momento para ahorrar por la caída del consumo con la cuarentena. El Gobierno de Maduro puede estar instrumentando un racionamiento preventivo de diésel y gasoil”, afirma el académico y consultor. “Pero también es posible haya interés en crear una crisis para presionar al gobierno de Biden para que autorice los swap con Eni, Reliance y Repsol. Maduro incluso, en un caso extremo, puede importar diésel desde Irán, como hizo con la gasolina y no lo ha hecho.”