La Mañana por Paulina

    “El hombre pobre más rico del mundo es iquiqueño”, por el doctor David Montaño Vásquez

    "Fuiste tan humilde que una de tus felicidades máximas era ir a dejarme el almuerzo en cada turno y vernos aquellos hermosos minutos, complicidad que miraban los demás y celebraban el amor que nos brillaba", relata el médico iquiqueño ante la sentida partida de su padre Enrique Montaño.

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    Venía del Antisuyu. Su abuela, quizás, de Punata, hablando keshua. Del Kullasuyu, su abuelo, cerca de Uru Uru, hablando aymara/keshua. De Chañaral, su otra abuela, con la carga de la Guerra Civil a cuestas y de Chillán, su abuelo, que nació con la Guerra Salitrera en el lomo.

    Todos se juntaron en Iquique, hace más de 120 años. Los primeros dieron origen al papá en Uru Uru y llegó de 1 mes a Iquique: diría que era de acá y sus papeles se habían quemado en la oficina ‘La Palma’. La otra pareja, tendría a su mamá en Iquique, “tercera viva”, decían, de 17 embarazos, hace 100 años.
    De estos últimos, vino él. Dicen nació ahogado: la partera le dio un palmazo que lo hizo reaccionar y lo contaba como si quisiera devolverlo.

    Nació en una casita en la oficina salitrera ‘Alianza’. Distancia pequeña, entre su casa y la de la partera, aunque lo contaba como grande, hasta que celebró allí, su cumpleaños 70. Recién vio con otros ojos.

    Creció luchando: su Mamá lo amaba como nadie. Su papá vivía su vida. Supo desde el principio que había cosas que no debían seguir. Maduró muy pequeño.

    Buscó su camino. Pequeñas luces lo guiaban en ese desierto de sombras continuas: su tierra, su gente y tradición, camino kollasuyano intrínseco, en música, baile, traje, su Tirana. Jamás hubo contradicción al bailar de ‘diablo suelto’ a su ‘China’, certezas que fueron los escalones que afirmaron sus pies.
    Le tocó duro, áspero. Vio cosas injustas, feas, opacas. Debía salir, buscar lo permanente, debía ser mejor, tenía que existir algo distinto.

    El camino llegó vestido de azul, en un avión: les dijeron en el liceo que volar era el futuro, educación, ser útil, tener valor… ¡Eso era! ¡Allí estaba todo! Como los niños que guardan las cosas brillantes, había encontrado su tesoro.

    Lo contó a los de más confianza. Entre todos le juntaron ‘plata’ para un pasaje en tren, ‘El Longino’ y un poco para él. Fueron a dejar al ‘chino’. Lo miraban con estupor y admiración: aquel niño de 16 años, flaquito, se iba a la capital, lugar que imaginaban gigante y ajeno, se iba el pequeño soñador. Apretó su ‘cosita brillante’ con todas sus fuerzas y partió.

    Tres días y tres noches, durmiendo en el vagón, debajo de los asientos. Comieron lo que pudieron, lo que las señoras les daban para engordarlos, a él y a su compadre ‘Pirulo’ que iba tras el sueño también y también estaba muy flaco.

    Llegaron a la 1 am a aquella ciudad desconocida. Los padrinos para la Fach llegaron a buscar a ‘Pirulo’ desde Puente Alto y a él de Ñuñoa, el tío Moisés.

    El Bosque, paradero 34 de la Gran Avenida: lucha de 2 años, para ser de los mejores y lo logró. En paralelo, niveló estudios en un liceo. Allí conoció a la que le sacaría su mejor parte y le entregaría el mayor regalo, que amaría hasta el último día: una FAMILIA que, él decía, nunca tuvo. Era el camino completo, que permitiría desenredar el ovillo que tenía dentro.

    Escribía cartas y la respuesta llegaba en 3 meses. Fue a ver a su mamá en esos años, enferma, hospitalizada y ella siempre quería verlo vestido de uniforme: no había pecho más hinchado que el de esa madre.

    Se ganó ir a Panamá, 6 meses, premiado por ser de los mejores. ‘Mi segunda patria’, decía. Recordó ese viaje toda su vida, aventuras, las cosas vividas. Volvió, casi 40 años después, invitado por su hijo grande. Su segunda nieta le hizo un colgante de Panamá con un avión 50 años después y la 3a nieta, besó el suelo de Panamá al ir: todos conocían aquella historia, todos fueron con él en ese viaje.

    En su trabajó siempre fue el mejor. Lo buscaban para todo, lo enviaban a todo. Los oficiales sólo confiaban en él: inventiva, trabajo en equipo, resolución de problemas. Premiado como el mejor profesional de la FACH, nunca alardeó. Tenía el reconocimiento de toda la institución, lo que le generó el respeto y favor de todos.

    En Iquique dio el paso trascendente: casarse aquel difícil 1970. Vino medio mundo de la capital y el otro medio mundo estaba acá. Tenía 23 años, ella, 21, lo normal para la época. Estaba feliz: construía el sueño. Lo que pensó y sintió era posible. La vida podía ser diferente.

    A las 3 semanas de ello tuvo que despedir a su mamá…

    La vida le arrancó a su compañera de origen. Fue muy duro: quería que ella viera más tiempo la construcción del sueño y no pudo seguir mostrándoselo en esta dimensión. La extrañó siempre y nosotros la conocimos por su Amor y la visita al lugar donde quedó su cuerpo. Allí le tocábamos con los nudillos 2 veces siempre y hablábamos con ella.

    En los tiempos duros salvó gente perseguida. Escondió en su casa a personas que temían por su vida, a riesgo de la propia.
    Nunca rechazó a nadie por estar en la vereda del frente: sabía que lo humano era más que lo político. Nunca aceptó menos que eso.

    Nacieron sus wawas: 2 niños y una niña. Toda su vida entregó lo mejor que pudo en cada paso. Decía que tenía suerte: le habían salido con ‘buena’ cabeza y buenos de adentro.

    Siempre quiso que estudiaran, que fueran ‘mejores’ que él, que hicieran el camino a la Universidad, que ni él ni ella sabían cómo era, pero si sabían que era para sus 3 regalos. Ambos tenían la certeza que podían.

    Apoyó, estudió, enseñó, exigió, poniendo todas sus esperanzas en el máximo. Se atrevía a soñar para su familia a todo lo alto, con impensable inocencia, con impresionante valentía, creía que era posible: ese hombre pobre, soñaba, aunque todos dijeran lo contrario.

    Mientras sus 3 wawas estuvieron en la U, trabajó el doble o el triple con su esposa y Dio todo por sacar aquellos estudios. Lograron un Médico, un Periodista, una Ingeniera Civil Informática.

    El pecho cuando me entregó el título era más grande que su vestón. El título del segundo hijo fue el esfuerzo titánico de empujarlo. El de su hija, un bálsamo y término de aquel período.
    Llegó la primera nieta que llenó el nido vacío de tantos años: Sut’yam. Varios años después, la segunda nieta, que puso ternura y seriedad al redil: Niña Nayrani. La tercera nieta dio tranquilidad a sus caminos: Ayni Kusi.

    Nietas, tres y era feliz con aquellas flores.

    ¡Llegó el cuarto nieto! Ese hombre era feliz con su primer varón, como si hubiera sido con la historia a la inversa. Le dio su amor al que vino con el arte bajo el brazo: Amaru Qhari. Y después de una enfermedad grave del mayor de sus hijos, nace el quinto, varón también, que completó su Cruz del Sur, su Chakana vital, con la salud y regocijo que le daba el menor de sus descendientes. Aquel que vino a sanar sus dolores y completó el robo de corazón que iniciaron los otros: Inti Allinllay.

    Amó a esos cinco, como nunca Amó a nadie. Les dio todo, con la sabiduría del que sabe, del que ve, del que ha vivido. Todo lo hizo con Amor. Nada quedó pendiente. Los cinco del horizonte que le entregaron el mayor honor: decirle AWICHU, máximo título al que quiso acceder.

    …Y un día, de una dentellada, la vida nos arrebató a ese hombre extraordinario, con el que caminé 50 años, aquel al que tuve la fortuna de llamar PAPÁ, con todas sus letras, sin sombra de duda. Pensé que era el más afortunado junto a mi hermana y hermano, pero no…los más afortunados y afortunadas, le decían AWICHU, AWICHITO.

    ‘Chino’, ‘Enrique’, ‘Don Enrique’, ‘Enrrifor’, ‘Caballero Enrique’. Todos son el mismo, el mismo gran hombre, el mismo respeto, el mismo amor.

    No hubo iquiqueño, tiraneño, alianzino más querendón de su tierra, sus cosas, sus ciclos y cultura. Nadie dio más valor, el que transmitió sin filtro a todos los que de él vinimos.

    Amó a su esposa hasta el final y al terminar sus días aquí, sólo pensaba en ella, sus nietos y nietas.

    Fue amigo de sus amigos. Le dio la profundidad a cada amistad que cultivó, al punto de ser en muchos casos familia, lo que se expresaba en el trato, apoyo a los hijos e hijas y sobre todo algo que admiro: la integridad ante esas amistades. Jamás exposición, una mala palabra, un pelambre, ponerlos en vulnerabilidad, bajo ninguna circunstancia. Leal, hasta el final.

    Recibió a mucha gente en su vida y crio a muchos niños y niñas que estaban más solos de lo debido. Les entregó su Amor sin condición y cobijó bajo su techo y amparo. Coronó aquello recibiendo el regalo de nietos y bisnietos que vinieron con la pareja de mi hermano. Los quiso. Así de simple.

    Dio de comer a cuanta persona encontró en la calle; hablaba con todos los drogadictos en las esquinas; conversaba con los que limpiaban los vidrios y cada uno de ellos le agradecía al ‘tatita’, porque les regalaba su tiempo. Sufría con el dolor del callejero, porque veía el dolor de su hijo, al que salvó a puro empeño y Amor.

    ¿Cuántos salieron de ese mundo sólo por su cariño? muchos y sigue sacando a otros tantos de sus pobrezas.

    ‘Logro dormir cuando se juntan la pena y la alegría’, me dijo cuando finalizaba sus días y -reconciliado con la vida sin deberle nada a nadie-, partió de su cuerpo para estar con su perro ‘Pampino’ y su madre, que lo esperaban al otro lado del puente.

    Varios más lo deben haber aplaudido al llegar: demostró con su vida que se podía, que todo era real, no un sueño en el aire.

    Su cuerpo quedó en La Tirana y fuimos nosotros mismos los que lo dejamos y lo entregamos a la Pachamama, como sin duda, él lo quería.

    Lo dejamos ir, lo entregamos, no porque quisiéramos, sino porque merecía sin espacio a nuestras sensaciones, unirse al que da la Proporción y la Medida, en fusión perfecta.

    Hoy lo extraño, como nunca he extrañado a nadie. Le dije todo lo que lo amaba y mis lágrimas de niño de cuatro años han rodado desde mis ojos sin parar, en uno de los días más largos de mi vida, lágrimas que son mi regalo a tan maravillosa existencia.
    Me siento un afortunado. La vida nos regaló, a toda mi familia, al ser más luminoso que he conocido. También vi a tantos que lo sienten como papá, abuelo, tío, familia extendida por él, que lloraron con nosotros, solo por el amor que daba como regalo.

    ‘SE PUEDE’, decía. ‘Se puede cambiar el destino que parece señalado. Es cuestión de decisión’. Su vida es una demostración de todo ello.

    Elegir, sin dudar, lo importante, lo trascendente, lo que vale, renunciando a todo engaño vanidoso. Alegrarse de ser pobre y en ello tener la riqueza mayor que existe: el amor incondicional, la familia, la huella profunda dejada en cada persona de los suyos, desde el más antiguo, al más pequeño y todo aquel que lo conoció. Nadie se explica de donde surge este hombre, con esa luz, cuando todo apuntaba a lo contrario. Solo el Gran Espíritu lo hace y él quería que lo habitara, en la humildad de recibirlo, el honor que sentía que Él lo mirara, percibir su amor y aferrarse a Él.

    Me amaste, me afirmaste, me apoyaste con mis hijos e hija, me escuchaste, reaccionaste tranquilo ante mis enojos y disfrutabas mis alegrías. Fuiste tan humilde que una de tus felicidades máximas era ir a dejarme el almuerzo en cada turno y vernos aquellos hermosos minutos, complicidad que miraban los demás y celebraban el amor que nos brillaba.

    Hoy, después de tanto dolor, solo solicito al Gran Espíritu, con la mayor modestia, la posibilidad de volver a encontrarme contigo… mi héroe, mi ángel, mi fortaleza… MI PAPÁ.

    David Montaño Vásquez, hijo de Enrique.

    Enrique Montaño
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