La Mañana por Paulina

    Los dioses han muerto | Columna de Opinión del sociólogo Omar Williams López

    Nada malo nos puede suceder en nuestro viaje a Ítaca -tomado del Poema Ítaca de Constantino Kavafis- porque ya no tenemos miedo a los lestrigones, ni a los cíclopes y tampoco al salvaje Poseidón y no escuchamos los cantos de sirena.

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    Desde lo más alto del Tupahue los Dioses contemplaron su obra: las Isapres y AFP cada día aumentaban sus ganancias; ya no habían empresas del Estado; tener ferrocarriles era una muestra inequívoca de subdesarrollo, lo mejor era construir carreteras y cobrar por su uso.

    Cuándo se preguntaron por la educación pública, los Dioses exclamaron al unísono: privaticémosla.

    También pensaron en privatizar CODELCO, pero algunos de ellos señalaron NO! la razón fue que, ese acto podía despertar de su letargo a los ciudadanos y ese despertar no era bueno para los Dioses

    Pero los dioses dijeron: Si no podemos darle a los Súper Dioses CODELCO, entreguemos los otros yacimientos. ¡Si muy bien! exclamaron los otros Dioses y otros agregaron, pero también démosle el agua, el mar, los bosques ancestrales; los dioses se miraron y levantaron su mano aprobando dicha idea.

    Algunos Dioses estaban inquietos, muchas revistas que habían denunciado los atropellos del Tirano, seguían circulando, en la televisión aparecían algunos rostros que los Dioses no querían ver y dijeron: algo tenemos que hacer.

    Y al poco tiempo todas esas revistas y diarios vieron como cerraban sus páginas, mientras el decano de la prensa, recibía a raudales recursos públicos, de esta forma su dueño no necesitaba ir a la Casa Blanca para estirar su mano de yanacona para que le donaran billetes verdes.

    La televisión se llenó de farándula y concursos y apareció una nueva categoría social: los rostros de la TV y todos juntos cumplían la orden dada por los Dioses: Deben enajenar al pueblo, que duerman de manera permanente.

    Así los Dioses, bajan a Piedra de Casa para compartir con los Súper Dioses y estar atento a sus requerimientos. En una de esas ocasiones, el dueño del Banco País, se les acerco y les dijo: “Tienen que hacer algo para que no tengamos tantos jóvenes cesantes. Uds. saben que nosotros no generamos puestos de trabajo y ver a cientos de jóvenes deambulando por las calles no es bueno para nuestro Paraíso”.

    ¿Qué propone? dijeron los Dioses. “Creen un préstamo con platas públicas que nosotros administraremos y cobraremos, llámenle CAE” y de esta forma los Dioses ampliaron las tablas de la Ley.

    Un día cualquiera, alguien golpeo la puerta de los Dioses. Eran mujeres con trajes negros, quienes exclamaron: Queremos saber dónde están nuestros padres, nuestros hijos e hijas, nuestros esposos. Los Dioses se miraron entre ellos, que osadía de estas mujeres venirlos a interrumpir. Y exclamaron como un coro de la Capilla Sixtina: “Haremos justicia en la medida de lo posible”.

    No paso mucho tiempo y una mujer acompañada de muchos ciudadanos golpeo nuevamente a la puerta y les dijo: Señores Dioses nuestra jubilación no nos alcanza para vivir. Y les Dioses la interpelaron: “Tal vez Ud. no junto el dinero suficiente”. A lo que todos respondieron ¡trabajamos más de 40 años! Los Dioses un poco incómodos, volvieron a interpelar: Tenían buenos sueldos y una mujer les dijo, yo era profesora y todos al mismo tiempo nombraron sus profesiones u oficios. Los Dioses les dijeron: pasen a la otra pieza y pensaremos una solución.

    Y así, se hizo habitual que trabajadores, jóvenes estudiantes, personas de la tercera edad, mujeres violentadas, niños profanados, personas con discapacidad excluidas, territorios rezagados, golpearan las puertas de los Dioses y todos eran invitados cordialmente a la pieza contigua.  Hasta que un día concluyeron que los Dioses no los respetaban.

    Las batallas sociales son rudas y en el fragor de esas contiendas el que está a tu lado, luchando codo a codo, es tu compañero de ruta, es en quien confías, es con quien comparte el pan de cada día, a quien socorres cuando le arrebatan un ojo, es empujado al río o recibe acido en su espalda.

    En esta lucha por la sobrevivencia las amarras son fuertes y los nudos gordianos sólidos y cuando los Dioses y Súper Dioses son ciegos, sordos y mudos, no queda otra alternativa que confiar en tus propias capacidades y cuando esto sucede los Dioses mueren y los súbditos y los feligreses se transforman en ciudadanos.

    Nada malo nos puede suceder en nuestro viaje a Ítaca -tomado del Poema Ítaca de Constantino Kavafis- porque ya no tenemos miedo a los lestrigones, ni a los cíclopes y tampoco al salvaje Poseidón y no escuchamos los cantos de sirena.

    La Mañana por Paulina