El 22 de agosto de 2025 delincuentes comunes ingresaron por la fuerza a un edificio de la Logia Aristóteles Berlendis, en la comuna de San Miguel en Santiago, con el objetivo de realizar un robo. Terminarían llevándose un televisor y un computador.
Al llegar la policía a investigar al sitio del suceso se encontraron con restos óseos, objetos que históricamente ha utilizado la masonería en sus rituales.
Entonces, la noticia del robo a la logia pasó a segundo plano, pues el hallazgo de los tres cráneos derivó en instrucciones de la Fiscalía a la Brigada de Homicidios de la PDI para que determinara la data de fallecimiento y la identificación de los restos.
A raíz de ese caso, la Gran Logia de Chile debió salir a dar explicaciones. A minutos de descubrirse el robo en la logia de San Miguel se informaba que los restos óseos correspondían a piezas de utilería, pero más tarde un vocero de la organización masónica salió a aclarar a la prensa que sí se trataba de restos reales.
Esto motivó que la Gran Logia de Chile emitiera un instructivo sobre la utilización de huesos reales en sus ceremonias, además de un comunicado oficial donde informaron que “en caso de que se confirme la existencia de restos humanos auténticos, su origen deberá ser investigado pues la Gran Logia de Chile rechaza categóricamente cualquier insinuación de prácticas ilícitas, contrarias a la dignidad humana o a la ley”.
“En la tradición masónica universal se utilizan diversos elementos simbólicos y alegóricos destinados a la reflexión filosófica y moral de sus miembros. Entre ellos, de manera histórica y documentada, se han empleado cráneos —habitualmente réplicas o restos donados de manera legal en otras épocas— como recordatorio de la fragilidad de la vida y la necesidad de actuar con rectitud”, rezaba el comunicado.
Reforma legal de 2022
Hace tres años, el Congreso aprobó una modificación al Código Penal impulsada por la diputada Carolina Marzán y otros exparlamentarios, a través de la cual se buscaba sancionar la exhumación, total o parcial, así como la sustracción o manipulación de restos humanos propiedad de terceros.
Junto con lo anterior, en el texto promulgado por el Presiente Gabriel Boric el 24 de junio de 2022 quedó establecido el delito de “Ultraje de sepultura”, el que a partir de esa fecha es sancionado en nuestro país con la pena de reclusión menor en su grado medio”, por menosprecio a la memoria fallecida.
Y evitar que ese delito pudiese ser investigado en otras logias de Chile, a partir de lo ocurrido en San Miguel, es a lo que apuntaron las gestiones de la cúpula masónica chilena sobre el uso de restos óseos en sus templos.
Los Huesos de Pancho
Desde 1998, los huesos del reconocido periodista Francisco Bilbao, fallecido en febrero de 1865, permanecen en calidad de “préstamo” en Iquique, específicamente en el Club Libertad, perteneciente a la Logia “Francisco Bilbao”.
La veta política del intelectual, también conocido como “Pancho” en el mundo masón, estuvo centrada en su carácter laico, con ideas consideradas peligrosas y heréticas en su tiempo, pero delinearon con sorprendente precisión el perfil del Chile democrático que comenzaría a construirse a partir del siguiente siglo.
La importancia de Bilbao reside tanto en la audacia de su discurso como el momento histórico en que lo expresó. En pleno siglo XIX, cuando Chile era una república conservadora y profundamente católica, él alzó la voz para defender principios que hoy consideramos fundamentales. Abogó por una educación pública, laica y gratuita, entendiéndola como la base para la libertad verdadera y el fin de la ignorancia impuesta por las oligarquías. Promovió la inclusión femenina, un tema casi intocable en su época, vislumbrando un rol activo para la mujer en la sociedad más allá del hogar. Y, de manera incansable, combatió el poder de las oligarquías y el autoritarismo, lo que le valió la persecución, el exilio y la quema de sus libros por parte de la Iglesia.
Su legado intelectual trasciende las fronteras nacionales. Fue, ni más ni menos, la primera persona en acuñar y utilizar un concepto que hoy nos une e identifica en el mundo entero: “Latinoamérica”. En 1856, en su conferencia “Iniciativa de las Américas“, Bilbao ya delineaba la idea de una patria continental, un proyecto de unión fraternal de las repúblicas hispanoamericanas para resistir a las potencias extranjeras (el naciente imperialismo de EEUU y el ya extendido de Europa) y a sus propios demonios internos, como el caudillismo y la herencia colonial.
Mirando el Chile del siglo XXI, es imposible no reconocer en Bilbao a un precursor. Muchas de las banderas de lucha que él enarboló en solitario se convirtieron en conquistas sociales reales. Chile, a su propio ritmo y tras largas disputas, fue adoptando lentamente el ideario que Bilbao defendió con tanta vehemencia.
El largo retorno a Chile
La historia del viaje póstumo de Francisco Bilbao por Chile es tan dramática como su vida, porque aún hoy sigue en el exilio. Tras su muerte en Buenos Aires en 1865, a la temprana edad de 41 años (debido a una tuberculosis tras rescatar a una mujer que se ahogaba en un río), sus restos fueron redescubiertos a fines del siglo XX en el cementerio de La Recoleta, siendo inhumados para devolverlos a Chile ante la presencia del expresidente argentino Raúl Alfonsín (a la fecha presidente de la Unión Cívica Radical), y a petición diplomática del presidente Patricio Aylwin. Casi 133 años luego de su fallecimiento en el exilio, en agosto de 1998 sus restos emprendieron el camino de regreso a Chile, ya bajo el gobierno de Eduardo Frei.
Este retorno no fue un simple trámite diplomático. Fue un acto de justicia histórica, la reparación simbólica de una patria que lo había condenado y exiliado. Sus restos arribaron a Santiago, donde fueron recibidos con honores por representantes del gobierno, antes de ser trasladados al Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna para una ceremonia pública. Finalmente, en un acto cargado de simbolismo, los huesos de “Pancho” fueron entregados a la Logia Masónica.
El eterno exilio tras la muerte
Pero el periplo de los restos de Bilbao no se detuvo con su retorno a su ciudad natal, Santiago. Según registros de la propia Gran Logia de Chile, los huesos del pensador viajaron por Chile en su urna de mármol y llegaron a Iquique el 10 de septiembre de 1998, fecha desde la cual se encuentran en esta ciudad en calidad de “préstamo” y que convierte su estadía en la ciudad de Iquique en el exilio más largo en la vida de Francisco Bilbao: ya cumplió 27 años en el añoso edificio que alberga a la Logia que lleva el nombre del prócer liberal, en calle Patricio Lynch 1266.

El episodio, relatado en el libro “Logias Iquiqueñas”, de Héctor Rojas Cabrera y Hernán Cornejo Rocabado, deja al descubierto una profunda contradicción. La tenencia de restos humanos, incluso con la intención de honrarlos, choca frontalmente con una ley que sanciona la manipulación y sustracción de osamentas, e incluso con la actuación de este año de la Gran Logia de Chile ante el hallazgo de las osamentas en San Miguel.
De acuerdo con lo informado por la Seremi de Salud de Tarapacá a Radio Paulina, los restos óseos de una persona solo pueden ser trasladados por medio de una autorización que otorga la seremi de la región de origen y solo para disponer de los restos en un recinto destinado para ello, es decir, un cementerio o un crematorio. Esa autorización, en caso de fiscalización, debe estar en manos de la persona que tiene las osamentas bajo custodia.
Al consultar a un alto representante del Club Libertad, este declinó realizar declaraciones, señalando desconocer la condición de las osamentas y que no contaba con autorización para hablar del tema.
Más allá de la posible infracción legal que pueda estar ocurriendo, la actual condición de los restos de Francisco Bilbao configura un grave riesgo para el patrimonio histórico nacional: la custodia de los restos de una figura fundamental como Bilbao en un lugar sin las condiciones de seguridad, conservación y publicidad propias de instituciones como, por ejemplo, el Museo Histórico Nacional o el Museo de la Gran Logia de Chile, los expone al vandalismo, la pérdida, el olvido o a los recurrentes siniestros de viviendas o de edificios que con regularidad afectan a Iquique, tal como ocurrió hace más una década con el incendio del edifico de la Aduana, aún sin recuperar.
De ser así, el mismo acto destinado a preservar la memoria de Bilbao culminaría, de manera paradójica, en una falta de respeto hacia esta figura nacional, que ya hoy lo tiene en un limbo ilegal y vulnerable, exiliado, otra vez, del reconocimiento oficial y la protección que su legado merece.




